¿Existen las fronteras? Cuando hablamos de este término, obligatoriamente llevamos nuestra mente a lo que se definiría como límite territorial entre dos países, porque justamente para la mayoría, la palabra representa el punto de separación entre dos espacios bien delimitados, simbólicamente reconocidos, que establece un respeto mutuo entre las partes de no violación de lo acordado.
Sin embargo, la irrupción en nuestras vidas de la COVID-19, nos ha obligado a repensar cómo romper las barreras imaginarias de las fronteras y las formas de poder continuar la vida en medios de tantos sobresaltos. Desde hace ya más de un año hemos tenido que expandir la frontera de nuestro pensamiento, justamente para hacer desembocar muchas de nuestras ideas en otros planos.
Si hablamos de COVID-19, hablamos de un límite, una separación, una línea divisoria entre las personas, las comunidades, los países, pero, ¿acaso esa línea nos puede obligar a dividir los intercambios, cualesquiera que estos sean?, ¿divide al amor? ¿separa nuestras ansias de ser mejores, solidarios, ayudar al prójimo? Indiscutiblemente, hemos tenido que ir mucho más allá de ese no dibujable contorno para lograr estrechar los lazos en un ambiente que se nos ha hecho inhóspito y que pretende impedirnos las caricias y los anhelos a los que nos acostumbramos.

Hemos tenido que poner fronteras para proteger la vida, para que nuestros seres más queridos puedan mantenerse libres de esta mortal enfermedad. Nos ha alejado de muchas personas queridas, de amigos, de la mascota y hasta del más tradicional y cordial saludo de buenos días. Aun así, la condición humana perenne de subsistir a base de nuevas maneras se ha impuesto como válvula de escape.
En Cuba, entre tantos ejemplos de superación de las fronteras impuestas por las nuevas circunstancias está en el ya reconocido proyecto deportivo Santa Fe Running Club. Nacido en medio del momento más intenso de la pandemia, llegó justo para unir, estrechó fronteras, compartió y comparte cultura, felicidad, amor, bondad, amistad y fue (es) un soplo de esperanzas, acogió el encuentro entre seres similares que justamente decidieron romper las barreras de la distancia mientras multiplicaban los deseos de compartir, aunque fuera desde la lejanía y en el espacio reducido de cada cual.

Hoy, siete meses después de su nacimiento y en medio de un peligroso rebrote mundial y nacional de la COVID-19, el Club deportivo de Santa Fe extendió sus brazos a Ecuador, Perú, Argentina, España y México, países lejanos geográficamente pero cercanos en un mismo continente, que hoy se hacen representar bajo un mismo concepto. Corredores de estas naciones defienden de manera indisoluble un proyecto que la vida ha regalado a aquellos que aun no pierden la fe en la humanidad. Este Club abarca un concepto más allá de lo deportivo, justamente, cada uno de sus miembros ha organizado un sinfín de actividades que en medio de una pandemia ha servido para demostrar que sí, que las fronteras existen, pero podemos amoldarlas a los tiempos, destruyendo esa barrera del mal llamado distanciamiento social.
Por eso, ¿acaso las fronteras realmente son un límite? ¿no fue en este caso una oportunidad? Cuba, como lo ha hecho durante los últimos 60 años, ha acudido de manera al llamado mundial, humanitario, de salvar vidas que esta nueva enfermedad quiere arrebatar. No ha habido frontera que haya impedido la llegada de sus médicos allí donde han sido convocados. Esta vez esa frase cobra su mayor esplendor. Una pandemia que aun acecha, sin descanso y de manera cada vez mas compulsiva encontró en el personal de salud de Cuba un digno guerrero para el combate, cara a cara, cuerpo a cuerpo. Es digno de admirar como se desplazan los contornos (si, las fronteras) hacia donde mande el deber, como todo aquel que jure sobre las perfectas palabras de Hipócrates. Cada uno de ellos volando (“violando”) fronteras para enfrenar ese demonio que se nos hace, al parecer, incontrolable, inagotable, pero a la vez extendiendo las suyas personales. Viajan cientos de kilómetros lejos de sus hogares, de sus familias, y a la vez guardan en los bolsillos de sus batas blancas aquel pedacito de tierra, de su lado de la frontera terrestre.
En los últimos 365 días, hemos sido testigos de cómo se desmoronan planes, ideas, cómo se amontonan las palabras, retorcidas, que maldicen el extinto 2020. El desasosiego ha sido en todos los sentidos, pero no puede vencer el pesimismo mientras haya fórmulas para vencerlo. Si el contexto ha sido en extremo complejo, el ser humano tiene que encontrar los caminos para sortearlo y vencerlo. Ese será el mayor legado para realmente romper las fronteras sicológicas que nos imponen las circunstancias actuales.
Músicos de todo el mundo penetraron y conquistaron los medios audiovisuales de miles de personas en el planeta para cantar agradables serenatas y calmar la ansiedad de quienes, atrapados en sus hogares, en un encierro que encierra, pensaron en una desdicha tremenda. Otros, no renunciaron a la posibilidad de saltar por encima de lo imposible y proponerse nuevas metas aun en medio de la complejidad. Esos fueron lo que pensaron que no tener fronteras es un acto de valor. Y lo cumplieron.

Hemos comprendido que nuestra creatividad surge en momentos de nuestra existencia que parecieran ser terribles, pero la inteligencia del ser humano no descansa y se pone metas en el intento de traspasar esos bordes, esas fronteras. Cuántos conciertos en línea, cuánto deporte a distancia teleguiado, cuántas clases por televisión, ¡cuantas iniciativas rondan el mundo y se hacen más virales (no enfermas, sino dispersas) que una pandemia!
Una vez más, bailamos unidos al compás de una salvación que cada vez está más cerca pero que comenzó el día que decidimos quedarnos en casa, el día que aconsejamos a nuestros hijos antes de irse a la escuela sobre la higiene y la protección, el momento en el que vimos partir al personal de la salud hacia una labor de extremo coraje, el día que simplemente escuchamos una canción en la radio o encendimos nuestra tele en busca de alivio al aburrimiento. ¿Eso fue, acaso, poner o quitar una frontera?
Comentario