Mi hija pertenece a un fandom de k-pop. Una ex alumna invirtió más de treinta horas estableciendo la primera versión de su avatar en Sims. Muchas veces yo mismo me sorprendo al darme cuenta de que me tomo de una forma muy personal los comentarios y críticas en redes sociales.
¿Es el ciberespacio un nuevo escenario donde se configuran y reconfiguran identidades?
Ya a finales de los ochentas, Donna Haraway anticipaba que «las máquinas de este fin de siglo han convertido en algo ambiguo la diferencia entre lo natural y lo artificial, entre el cuerpo y la mente, entre el desarrollo personal y el planeado desde el exterior y otras muchas distinciones que solían aplicarse a los organismos y a las máquinas. Las nuestras están inquietantemente vivas y nosotros, aterradoramente inertes».

Como si de clarividencia se tratase, el ciborg descrito por Haraway señalaba nuevas cadenas de afiliación, explotación y solidaridad mientras que, para Naief Yehya (2001), el mito del ciborg representa «un ser que nos incorpora y que llevamos dentro. Es un ser límite. Criatura fundamentalmente metafórica que nos ayuda a definirnos, a establecer las fronteras entre lo que consideramos natural y lo artificial, entre lo que hacemos y lo que somos, además de que nos ayuda a entender hacia dónde vamos».
Así, el mito del ciborg nos permite entender que vivimos un momento donde la fusión de cuerpo y tecnología hace posible un «yo» incorpóreo que permite habitar o construir mundos virtuales. La sociedad de la información nos exige pensar en la complejidad de las interacciones entre lo biológico y lo tecnológico, el organismo y la máquina. Y más allá: en los estrechos límites de éstas dicotomías y como afectan a las identidades.
Manuel Castells, define identidad como “el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se le da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido” que los sujetos organizan y priorizan en el transcurso de su acción, convirtiéndose en la fuente de sentido y experiencia para las personas.
La identidad, así entendida, es el resultado de una construcción que los individuos hacen dentro de los procesos de interacción social, a partir de la historia, la geografía, la biología y la memoria colectiva.
Según Castells, la construcción de la identidad puede darse de tres formas: a) identidad legitimarte, introducida por las instituciones dominantes que dirigen la sociedad, con el fin de ampliar y racionalizar su dominación frente a los actores sociales; b) identidad de resistencia, producida por actores subvalorados o estigmatizados por la lógica dominante y que apelan a la identidad como defensa de la comunidad a los constantes ataques de dominación, y c) la identidad proyecto cuando los actores sociales construyen una identidad nueva que redefine su posición en la sociedad y que se propone transformar la estructura social.

Sabemos que el Covid-19 confinó aún más al ciborg. Pero, aunque confinar por definición es contrario al territorio, a pesar de que el miedo al contagio y el deseo de la inmunidad contraen al cuerpo y lo imposibilitan para hacer comunidad… la tecnología también se expresa como una oportunidad.
El teletrabajo y sus videoconferencias, las aplicaciones de telefonía móvil y el Internet, la televisión digital y los videojuegos…son tecnologías de información y conocimiento que producen ciberespacio.
Toda pandemia es una suerte de acelerador de la historia y esta vez ha sido en ruta de ese espacio virtual e interactivo que prescinde del cuerpo.
La pandemia ha acelerado la descorporización de las identidades, donde la historia, la geografía, la biología y la memoria colectiva son virtualizadas a través del ciberespacio: el lugar donde “viejas” identidades resisten mientras que las “nuevas” intentan consolidarse.
Así, la auto organización del ciberespacio activa procesos identitarios, entre los que pueden encontrarse:
- La promoción de identidades alternativas y emergentes, a través de símbolos, valores, prácticas y conocimientos de naturaleza diversa;
- La promoción de la diversidad y el reclamo de las minorías por sus derechos;
- El impulso a movimientos sociales y de presión política que revindican identidades; y
- La revaloración de la cultura popular y las expresiones culturales del sur en contra posición (y en tensión) a las del norte, entre otros.

El ciberespacio se devela entonces como un nuevo territorio de interacción y de expresión colectiva que genera identidades (Levy, 2007). Un espacio que, por fuera de las estructuras políticas tradicionales, invita al ciborg a nuevas representaciones de acción política al margen del Estado-Nación y que son diseñadas en red y desde abajo, en la horizontalidad del “efecto enjambre”, contraria a toda jerarquía.
Y para nosotros, simples mortales, las acciones de resistencia, la nueva relación humanos-máquinas, los procesos identitarios y el cambio en las representaciones del cuerpo a partir de la metáfora del ciborg, son también invitaciones a estudiar la cibercultura y sus implicaciones políticas desde enfoques interdisciplinarios y creativos y que cada vez serán más relevantes.
Referencias
Castells, Manuel (1999) El poder de la identidad, México, Editorial Paidós.
Haraway, Donna (1987) A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and SocialistFeminism in the Late Twentieth Century en Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (New York; Routledge, 1991), pp.149-181.
Lévy, P. (2007) Cibercultura. La cultura de la sociedad digital. México, Anthropos Universidad Autónoma Metropolitana.
Yehya, Naief (2001) El Cuerpo transformado : cyborgs y nuestra descendencia tecnológica en la realidad y en la ciencia ficción. México, Editorial Paidós.
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