Las artes escénicas en tiempos de confinamiento

Nada como la actual experiencia de la pandemia de COVID-19 ha confrontado a la mayor parte de los habitantes del planeta con un riesgo global. Aunque actualmente la mayor parte de las naciones cuentan con sistemas de salud, estos están diseñados para cubrir problemáticas que afectan a un bajo porcentaje de sus poblaciones al mismo tiempo. Hemos visto cómo en algunos países los sistemas de salud simplemente han sido rebasados por el número de enfermos y tristemente, las imágenes de cientos de ataúdes apilados para ser depositados en fosas comunes dieron la vuelta al mundo hace ya algunos meses. Como la única manera sensata de enfrentar el riesgo ha sido el confinamiento, esto también ha vuelto aún más hondas las desigualdades sociales contemporáneas. Por un lado, están los que pueden confinarse cómodamente a leer, ver museos en línea o series y películas en Netflix, y por otro, quienes no pueden permitirse ese lujo. Los que viven al día y deben salir a trabajar, extremando precauciones en situaciones de precariedad.

Más que en cualquier otra época, hoy las concentraciones humanas en las ciudades son mayores y se observa que las ciudades más pobladas son las que presentan mayor número de casos y defunciones. El temor aumenta cuando comenzamos a enterarnos de que personas conocidas, familiares y amigos se contagian y mueren. Confinados, dependemos en gran medida de los medios de comunicación y del tratamiento que les dan a las noticias, que puede ser esclarecedor o alarmista, según los casos. Esto ha generado no pocos problemas de salud mental y como la situación va para largo, crece la incómoda sensación de que no sabemos lo que va a pasar.

Quienes nos dedicamos a las artes escénicas, hemos sido advertidos de que nuestras actividades, por su naturaleza convivial, serán las últimas en ser reactivadas oficialmente. Los proyectos que habíamos hecho para este año se han tenido que cancelar o modificar. La precariedad que casi siempre ha acompañado la profesión se presenta ahora con un rostro más duro y permanente. Frente a tan incierto panorama, apareció la alternativa del tecnovivio. La posibilidad de conectarnos al internet y ver transmisiones de teatro, que, para decirlo con franqueza, viene siendo al teatro presencial, lo que sería un café soluble comparado con un buen expreso de grano recién molido. Sin embargo, la posibilidad de recuperar, aunque sea a la distancia, la actualidad del acontecimiento teatral, permite, con un poco de voluntad, autoconstruirse un cierto grado de satisfacción. Recientemente vi una transmisión en vivo de Los Persas de Esquilo, desde el Teatro griego de Epidauro que me conmovió profundamente. Una gran producción sin duda facilita las cosas, además de la inmanente certeza de que ir a Epidauro a ver una función como esa, al menos por el momento, me sería imposible.

Dado que no hay otras alternativas, en nuestro país, las instituciones culturales han tenido a bien dirigir recursos a la implementación de plataformas de producción y presentación en línea de proyectos teatrales. El programa federal “Contigo en la Distancia” es un ejemplo. Consiste en una convocatoria nacional para producir una obra en línea, realizada por hasta cinco personas, que tendrá, cuando sea posible, una producción presencial en el teatro. Fue diseñada por El Centro Cultural Helénico, el INBAL y la Secretaría de Cultura para apoyar espacios teatrales que están cerrados pero que aspiran a contar con ese apoyo para ser reabiertos algún día. Al menos tres espacios yucatecos fueron seleccionados. Teatro Casa Tanicho, con un proyecto de la compañía Teatro hacia el margen, Tapanco Centro Cultural con un proyecto propio y Murmurante Teatro también con un proyecto propio. En total, más de noventa producciones en todo el país se están transmitiendo por plataformas virtuales con el apoyo de “Contigo en la Distancia”. También la Dirección de cultura meridana ha promovido proyecciones en línea de obra escénica grabada que ha tenido a bien pagar como si fuera una función presencial, para apoyar a los artistas.

Por parte de los espacios teatrales independientes, durante el confinamiento, surgió una iniciativa en la Ciudad de México que pronto se extendió a otras ciudades del país, formulada por los directores de Teatro La Capilla, Teatro El Milagro y La Titería. Se trata de la Asociación Nacional de Teatros Independientes (ANTI), la cual se presentó a los medios con la organización del ANTIFESTIVAL 2020, en el cual, entre el 15 y el 30 de junio, más de treinta compañías, entre las cuales están La Rendija, Murmurante, Casa Tanicho y Créssida, de Yucatán, permitieron disfrutar de variadas propuestas en línea, algunas verdaderamente notables por su capacidad de sortear las dificultades técnicas que implica el teatro transmitido en vivo, otras presentando grabaciones ya producidas, pero con interacción en vivo mediante conversatorios al terminar la transmisión, y todas con una gran capacidad de atraer numeroso público que pagó por ver esas producciones en la plataforma zoom. Además, hubo conversatorios sobre la importancia del teatro en tiempos como los que vivimos, los grandes retos que implica mantener un espacio teatral independiente y diversos talleres formativos. La velocidad con que se formó la asociación y puso en marcha el festival, constituye un gran mérito para los organizadores y para las compañías participantes.

El hecho más notable es que el teatro no se detiene. Las artes no se detienen y han estado presentes siempre, en momentos tan difíciles como el actual, imaginando posibilidades distintas de experimentar la vida aún en las peores circunstancias.

Basta recordar que en otros momentos de la historia la humanidad ha vivido tiempos aciagos y catástrofes parecidas a escalas mucho mayores. En 1347, el año de la gran peste que asoló Europa, el número de fallecidos ascendió a 200 millones. Es difícil dimensionar aquello si consideramos que las ciudades más grandes no rebasaban los diez mil habitantes. Es también el año en que Giovanni Bocaccio imaginó, en una Florencia devastada por la peste, a varias parejas de jóvenes que, huyendo de la enfermedad, se confinaban en un castillo a comer, beber, escuchar música y hacer el amor durante cien días, contándose historias cada día. Tales historias las reunió en un libro conocido como el Decamerón. Obra llena de humor, pero esencialmente filosófica y vitalista. Una celebración de la vida en medio de la catástrofe.

A propósito de la misma epidemia medieval, Ingmar Bergman produjo en 1957 la inolvidable película El séptimo sello, en la cual podemos ver al caballero Antonius Block regresar a su patria encontrándola devastada por la peste. La muerte le sale al encuentro y le dice que ha venido a llevárselo. Block invita a la muerte a jugar una partida de ajedrez y esta acepta. En esa hipérbole, vemos a Block ser testigo de los efectos terribles de la peste, se encuentra con flagelantes, con peregrinos, con pueblos desolados y con una familia de teatreros trashumantes, una pareja joven con un hijo pequeño. Son humildes, de villana condición y van de un lugar a otro tratando de alegrar con sus historias a la gente. Al final, serán ellos quienes sobrevivan a la peste.

Nuestra actualidad sin duda es muy compleja. No sabemos bien lo que nos espera. Sin embargo, vivimos una época que ofrece múltiples alternativas. Si pensamos que las terribles cifras de fallecidos se aproximan a casi 1 millón en todo el mundo, ese número resulta ínfimo si lo comparamos con los que tenían que lidiar las generaciones que nos precedieron y que enfrentaban la muerte a escalas muy distintas. Solamente hace cien años, con la epidemia de gripe española que afectó también de manera global, el saldo fue de 50 millones. Las medidas que la gente podía tomar frente a aquella pandemia fueron muy similares, confinamiento, uso de cubrebocas y mascarillas. Nuestras reacciones quizás sean parecidas pero las alternativas con que contamos hoy son distintas, quizás mejores. No nos faltarán opciones de entretenimiento ni de información. Habrá quienes decidan organizarse para apoyar a los más necesitados como loablemente lo están haciendo algunos grupos en Mérida, otros avanzarán con sus trabajos pendientes, darán clases en línea, se conectarán para trabajar, para tomar cursos a distancia o para sentirse cerca. Habrá también los que no han dejado de salir a ganarse la vida con todos los riesgos que ello implica. Quizás esta situación de inseguridad compartida nos permita experimentar un poco más sentimientos de empatía, de comprensión hacia los otros, especialmente hacia aquellos menos privilegiados que nosotros. Quizás cuando esto pase, el concepto de estar conectados se extienda a la vida cotidiana y ya no nos abandone, y aunque estemos lejos, podamos sentir nuestros corazones latir al unísono una vez más, aún en la distancia.

Juan de Dios Rath
Maestro en Trabajo Social y Licenciado en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM. Desde 1993 ha actuado en numerosas obras escénicas en la CDMX y en Mérida como Crack o de las cosas sin nombre, La Hija del aire, La historia de la Oca, La importancia de llamarse Ernesto y El Tío Vania. También ha colaborado como actor cinematográfico en numerosos cortos y largometrajes. (Hasta Morir, The Davil’s Tale, Apocalipsis Maya, El asesinato de Villa) Desde 2008 es director fundador de Murmurante Teatro, grupo con el que produce espectáculos transdisciplinarios y películas documentales con un enfoque marcadamente social, tales como El viaje inmóvil, estudio en espiral sobre el suicidio, Manual de cacería, Las Constelaciones del deseo y Sidra Pino, Vestigios de una serie. Como director y actor ha participado en numerosos festivales nacionales e internacionales y con Murmurante recibió el Premio a la Cultura Ciudadana 2014. Ha sido profesor en la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Es doctorante en Historia en el CIESAS Peninsular y forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2022.