Una de las teorías conspiratorias que surgieron a raíz de la pandemia es que el famoso coronavirus, que nos mantiene literalmente encerradas en nuestras casas, fue un invento o se creó en un laboratorio con el fin de frenar la escalada de movilizaciones que se generaban en diversas partes del mundo contra los grupos de poder, fundamentalmente de derecha, neoliberales y patriarcales. Habría que recordar que todo esto comenzó pocos meses después de que en Bolivia se diera un golpe de estado orquestado por grupos ultra conservadores de derecha, lo que generó una gran movilización de grupos indígenas que exigían, y aún exigen, se realice de manera pronta elecciones legítimas; que en Chile, desde octubre del 2019, se iniciaron masivas movilizaciones para exigir que se declare una nueva Carta Magna que permita a su población dejar atrás las enormes desigualdades que existen en dicho país. A lo anterior habría que sumar el Paro Nacional en Colombia contra las políticas económicas y ambientales del gobierno del presidente Iván Duque y de protesta por el homicidio de líderes sociales, y la ola de manifestaciones en el Ecuador tras el anuncio de su gobierno de la implementación de medidas económicas neoliberales.
Por supuesto, no solamente en Latinoamérica ocurría esta oleada de movimientos sociales antes de la pandemia; las movilizaciones y protestas eran casi globales, se dieron también en el llamado Medio Oriente y en Europa. En el llamado viejo continente la más sobresaliente movilización fue la de los llamados chalecos amarillos cuando el gobierno de Francia intentó subir el precio del combustible entre otras medidas antipopulares.
Dentro de esta ola de movilizaciones globales, previas al surgimiento de la pandemia, en muy diversas partes del mundo el movimiento feminista se manifestaba con más fuerza que nunca, así, mujeres en Paris, Roma, Bruselas, Estambul, Chile, Venezuela, Brasil y México, entre tantos otros países, tomaron las calles, repetían consignas, realizaban iguales o muy parecidos cantos y representaciones. Me acuerdo muy bien de un siete de marzo, semanas antes del confinamiento, recorriendo el Paseo de Montejo en la ciudad de Mérida, junto a cientos de mujeres de diversas edades portando pañoletas verdes y moradas, acompañando las batucadas juveniles y los cantos de protesta, gritando a todo pulmón: “Nos queremos vivas”, entre otras consignas. Se trataba de un movimiento álgido, y al parecer imparable, que hacía tambalear los cimientos de los estados patriarcales.
De pronto un gran silencio comenzó a imperar en las calles y el tiempo pareció congelarse, nos llegó el encierro obligado por la pandemia y, al menos en apariencia, el confinamiento canceló nuestra libertad para luchar por nuestros derechos.
Si el coronavirus fue una creación, a propósito o no, es lo de menos, como dijo el presidente de México: la pandemia les vino “como anillo al dedo” a los grupos de poder. Pero, si bien el encierro amortiguó hasta frenar las movilizaciones, no lo hizo con los motivos para protestar; por el contrario, el confinamiento acrecentó el número de feminicidios en todo el mundo, incluso, por supuesto, en nuestro país, dejando a las mujeres más vulnerables que nunca ante los violentadores. A lo que habría que añadir, dicho esto con rabia, el que se redujeran o desparecieran los presupuestos gubernamentales que estaban dirigidos para combatir la violencia de género y dar apoyo a los centros de ayuda a las mujeres, principalmente a las indígenas.
Los grandes proyectos de minerías que contaminan y destruyen el medio ambiente, los mega-proyectos neoliberales, los asesinatos de defensores indígenas de sus territorios y de luchadores y luchadoras ambientales son, no sólo igual, sino que en números constantes y sonantes mucho mayores que incluso en los sexenios pasados. Continúa imparable la construcción del mal llamado “tren maya”, su construcción avanza a todo motor mientras se amontonan los muertos en los centros de salud, esa y otras grandes obras neoliberales no sufren la reducción de presupuesto y quienes la realizan no están en confinamiento.
Por supuesto, lo que pasa en México ocurre también en otras partes del mundo, donde las grandes movilizaciones están frenadas para festín de los diferentes grupos en el poder. Así, la muerte avanza mientras la vida en apariencia se congela. Pero, siempre hay una alternativa, la vida se abre paso aun en las peores condiciones, por muy difíciles que parezcan y la libertad se puede ejercer más allá del encierro como nos lo han enseñado grandes luchadores sociales.
Las redes sociales y los vínculos virtuales a través de las diferentes plataformas nos permiten seguirnos expresándonos y continuar la lucha. Mi libertad en el encierro la expreso en Lectámbulos.
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