Estamos llegando a la mitad del tercer trimestre de este 2021, en el que ya podemos concluir, y con mucha razón, que nuestra forma de convivencia social tal como la conocimos ha cambiado. El cambio ha sido para algunos muy sutil, para otros totalmente devastador… y aún no concluye.
El 11 de septiembre de 2001, el mundo recibía la noticia del impacto a las torres gemelas, día en que la sociedad en materia de seguridad cambió, pues hemos sacrificado nuestra libertad y privacidad en nombre de la seguridad. Abordaré este tema y el de la hipervigilancia a la sociedad con mayor profusión en la colaboración del próximo mes.
Traigo a colación este suceso, porque de nuevo, en menos de medio siglo, la humanidad ha tenido que enfrentarse a un cambio, en este caso no de seguridad o de guerra, sino de salud, de vida para ser más precisos.
Sin embargo, la aparición en el 2019 del virus SARS Cov-2 nos enfrentó y nos enfrenta a una amarga realidad de nuestro tiempo, tenemos muchos datos, pero no sabemos nada.
En el caso de la crisis de salud que vivimos, la incertidumbre y las decisiones erróneas generadas por la ignorancia en torno al Covid-19 y posibles consecuencias a corto, mediano y largo plazo de esta pandemia han trastocado todos los ámbitos necesarios para el funcionamiento de nuestra sociedad como la conocíamos, pues la simbiosis entre todos los aspectos de nuestro día a día hace patente, más que nunca, el efecto que dice: el aleteo de una mariposa aquí, genera un tsunami en Japón.

Es innegable que cada decisión tomada, cada acción realizada en nombre de la salud, hasta la fecha, se dirige a evitar el incremento de los contagios y por ende de las defunciones, tratando de salir del mal momento, pero esas decisiones tienen y tendrán como consecuencia que se trastoquen otros aspectos de nuestra vida diaria; por ejemplo las primeras medidas al inicio de la crisis: el cierre de negocios y establecimientos para evitar el contagio y la propagación, así como quedarse en casa, fueron las medidas impuestas por las secretarías y ministerios de salud a nivel mundial, aunque su aplicación impactó en la economía, porque si no hay negocios abiertos, no hay clientes, no hay ventas y no hay dinero. Si no hay dinero, no hay que comer en las casas y, como añadido, se resquebraja el núcleo familiar al tener que enfrentarse a una situación de probreza e incertidumbre laboral y así podríamos seguir el hilo conductor hasta llegar a problemas de convivencia y violencia intrafamiliar, de seguridad en las calles, educación, etc.

A estos fenómenos sociales hay que sumar lo que han pasado familias enteras que se han enfrentado al dolor de ver morir a sus seres queridos con la impotencia de no poder hacer nada y saber que tampoco la medicina está preparada para ello; el saber que tu familiar hoy entrará al hospital y que la próxima vez que sepas de esa persona será para recibir sus cenizas o, en el mejor de los casos, en un ataúd que te permita velarlo, con medidas de sana distancia y poco número de personas.
Asimismo, aumentamos la frustración sumando la cantidad de personas que han fallecido y entregado su vida por salvar a otros de manera desinteresada, quienes estaban convencidos que como doctoras, médicos y personal de enfermería era lo que tenían que hacer. Todo esto nos ha impactado a nivel emocional y hace desesperadamente querer encontrar la luz en una terrible oscuridad producida por un enemigo invisible y que ni siquiera tiene conciencia de ello, simplemente es un virus y este ser microscópico hace lo que tiene que hacer, sin rencor, sin pensar, sin saña, simplemente es lo que es.

Luego entonces, las preguntas que invariablemente surgen son: ¿Vale la pena resguardar la salud a costa de tener problemas económicos y sociales o es mejor no detener el flujo de vida tal como estaba, aún con las consecuencias en la salud y el colapso de un sistema de salud pública que no estaba preparado para hacer frente a una circunstancia epidemiológica como la que hemos vivido desde el 2020? Las respuestas, obviamente son totalmente subjetivas, inciertas y en ninguna podremos hallar una verdad que satisfaga a todos.
Crecer, duele; aprender, duele y como especie lo estamos viviendo de esa forma, pero entre todo lo malo —debemos tomar en cuenta ambas caras de la moneda— tambien ha servido para reencontrarnos con nuestra humanidad, darnos cuenta de que es el momento de tender puentes virtuales a otros grupos sociales y dejar que esa fuerza interior, que la esperanza, que la capacidad de ayudar de cualquier manera nos reencuentre con la esperanza de que sobreviviremos una vez más a cualquier adversidad, que habremos de adaptarnos y seguir adelante.

Parafraseando el poema de Dylan Thomas: No entraremos docilmente en la buena noche y deberemos enfurecernos, enfurecernos ante la muerte de la luz… El momento que tenemos frente a nosotros es fuerte, pero debemos reinventarnos y surgir del dolor, aprender a sobreponernos a la pérdida y compartir nuestro duelo con las persona cercanas y con la humanidad en su conjunto, fortalecernos los unos a los otros, no importa si es alguien de tu mismo país o de otro continente, al final somos lo mismo: seres que habitamos este planeta y en el que habremos de dejar hasta el último aliento para hacer lo correcto, para sobrevivir.
Hemos aprendido de cada episodio de nuestra brevísima historia en la tierra y hemos dado saltos de gigante en el último siglo, siempre hemos ido por retos cada vez más complejos porque está en nostros, en nuestra conciencia, en nuestro espíritu, en lo que somos como especie pensante.

Las lecciones y el dolor ahí están, pero lo bueno de cada uno de nosotros también, la enseñanza última es que aunque estemos separados físicamente, debemos buscar a los demás, generar el alma universal de la solidaridad, la igualdad y la fraternidad.
Para ti que me lees: no pienses que sólo soy estás líneas, soy una persona como tu y aquí estaré para ti, para todos aquellos que quieran acercarse para escuchar y ser escuchados. Hasta la próxima entrega.
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