Pátina

Original de Aurora Caro Eng

dramaturgia para una danza

Un piso de arena, como aquellos que comunican al desierto con el mar. 
A lo lejos se puede ver una sombra acercándose,
podríamos decir que es un ser humano,
pero ha pasado tanto tiempo lejos de la civilización
que semeja más a una bestia.
Camina con el cuerpo cargado de soledad,
lleno de harapos,
capas de ellos cubren su cuerpo escuálido de sobreviviente.
La sombra humana se acerca dejando sus huellas en la arena,
leves surcos que serán borrados por el viento. 

En medio de ese paisaje desolado
se encuentran las ruinas de un mirador solar,
un sitio mítico, raro de encontrar, 
esos que parecen alucinaciones del desierto del alma. 

El hombre animal, bestia del camino, 
se detiene ante las ruinas para resguardarse del sol.
Descansa unas horas
y en lo más profundo de sus sueños
lo despierta un mar de crujidos de madera.

Ante sus ojos incrédulos
descubre que ese montón de vigas derroidas
es en realidad un enorme viejo dormido junto a él.
La pequeña bestia asustada se aleja con rapidez y silencio, 
cualidades que le habían salvado la vida anteriormente.
Sus pequeños pasos despiertan al ruinoso ser,
quien pide ayuda al muchacho con su voz de agua.
El viejo, más que hablar, canturreaba. 
Su canto atrae las aguas del cielo y de la tierra. 
El mar se presenta ante el llamado de su rey, 
el Rey de la Nada.    

El viejo sigue cantando
hasta que el mar acaricia su trono de madera. 
El viejo rey ermitaño, 
había decidido abandonar todo lo abandonable
y caminar… 
hasta que su cuerpo tornó en historia y su habla en agua.    

Todas las noches el rey despertaba para gozar el canto de las estrellas 
y ofrecer a los peregrinos del desierto su espacio sagrado frente al mar.  
Unos tragos de agua, su serenidad y el arrullo de las olas, 
ejercen un efecto extraño en todo aquel que acude a su encuentro 
o que, por la aparente regla del azar, terminaba encontrándolo.    

En uno de esos despertares, 
el Rey de la Nada encuentra a este joven salvaje que lo mira con asombro, 
sin poder dar un paso más allá. 
Al ser descubierto, el muchacho sostiene un silencio 
que desemboca en un aullido largo y poderoso, 
única fuerza que lo mantiene en pie ante la presencia majestuosa del Rey. 
Desmayándose al expirar el último aliento de su canto, queda tendido ahí mismo.    

Mientras duerme, 
cuatro personajes del antiguo mundo aparecen caminando lentamente. 
Un desfile de seres simbólicos lo rodean. 
Sin hacer caso de su presencia, ellos danzan alrededor de él, 
como si se tratara de una ceremonia que ocurre de vez en vez 
cuando un hombre, perdido, llegaba al mirador solar del Rey de la Nada.    

Era una danza circular ejecutada con mucha precisión y delicadeza. 
Los participantes de esta danza eran seres cargados de imágenes insólitas, 
movidos por la fuerza de su naturaleza 
y un destino impregnado en sus formas y leyes corporales, 
dotados de una indumentaria contundente que es parte de su discurso.    

Una era mujer con estómago de serpientes, 
cada una de ellas tiraban de su cuerpo hacia diferentes direcciones. 
Sus existencias no eran nacimientos ni abortos, 
se trataba de serpientes 
que vivían de la sangre de palabras atoradas en el cuerpo de la mujer por siglos 
y que, al no salir por la boca, se habían convertido en seres autónomos 
que cohabitaban en este vientre permisible y seguro, 
lejos del cuestionamiento y cerca del vómito de lo incontenible.    

Otro era un hombre que llevaba al cuello, un espejo del tamaño de su torso 
con el que tragaba la realidad reflejada en él. 
Su cuerpo se hallaba consumido hasta los huesos, 
como aquel que ha sido preso de sus propios miedos 
y que, no siendo suficiente, 
ha adoptado el miedo de una sociedad que sobrevive a la violencia. 
Avanza y traga como un vórtice el camino, 
A sus espaldas se desatan tormentas irresueltas 
donde el miedo es azul y el tiempo un cono de piedras que se cierra al caminar.    

La tercera era una mujer que aplastaba todo a su paso, 
una suerte de destructor natural 
que no escapaba de la desgracia de su misma existencia. 
Su cuerpo hermoso y elegante figura, 
daban rostro a la destrucción y desolación que dejaba a su paso.    

El cuarto era un hombre seguido de miles de pies. 
No era que él fuera un profeta, 
en realidad, ignorábamos porqué lo seguían. 
Los pies avanzaban detrás suyo, 
como una suerte de corte indeseada que no se adivinaba seguidora sino perseguidora.    

El muchacho salvaje despierta entre los pasos de estos seres extraños
y corre a resguardarse debajo del mirador del Rey. 
Su instinto le dice que puede confiar en él.    

Durante esta danza secreta, 
que aparentemente nadie debía presenciar, 
el muchacho busca la manera de protegerse y esconderse de estos extraños 
y sus terribles mensajes, 
develados como verdades inevitables de la naturaleza humana. 
Realidades de las que él siempre había huido.    

Al terminar su danza 
los seres desaparecen entre la noche del tiempo. 
Su ausencia convierte este espacio sagrado en un terreno de dos. 
Ni el Rey ni el muchacho esperaban encontrarse solos,
dependientes uno del otro, como ese primer día de tantos.    

Finalmente, el muchacho va agarrando confianza con el Rey de la Nada. 
La quietud del rey 
permite que el muchacho se vaya moviendo por el mirador sin temor.    

Entre los muchos objetos que el rey tiene para observar el espacio y medir el tiempo,
encuentra un gran libro abierto, con notas sin terminar; 
unos catalejos, hojas gigantes para caligrafía 
y todo un sistema de cordeles, tal y como si el mirador fuera un barco.    

El muchacho se cuelga de una de las cuerdas y el rey lo mira. 
Su mirada lo atrapa como quien hace un pacto tácito de amistad y cobijo. 
El muchacho salvaje se ve así convertido en el sirviente del Rey de la Nada 
a cambio de techo y comida, 
atendiendo a todo lo que el rey desea desde ese entonces. 
Los movimientos del rey necesitan de toda la ayuda de su sirviente. 
El muchacho se convierte en una extensión de su cuerpo. 
Corre de un extremo a otro del mirador 
para poder alcanzar cada objeto que el rey pretende agarrar, 
escucha con detalle las peticiones de éste.    

El muchacho acaba exhausto cada día. 
Sin embargo, se siente el más feliz de los seres vivientes 
por lo que, en las noches de luna llena, 
canta agazapado en la esquina más alta del espacio sagrado del mirador.    

Los días pasan 
entre descubrimientos, anotaciones, tareas y cantos. 
Nadie aparece ante los dos seres solitarios 
y todo está bien.    

La luna llena vuelve 
y el canto del muchacho se oye de nuevo. 
Los cuatro extraños vuelven a aparecer con su danza circular. 
Danzan con la misma fineza de siempre, 
sus movimientos estudiados, casi hipnóticos, revelan la armonía del caos. 
Esta vez su danza no termina en la oscuridad, 
sino que se sientan al centro del espacio 
donde cantan a los cuatro vientos, 
al pasado y al presente, 
a las puertas del alma 
y a los ejes del tiempo.    

Cantares hipnóticos 
que giran convalecientes. 
¿Qué es ver y qué es escuchar? 
Historias de caballos y hormigas, 
de jaguares disecados y calabazas gigantes, 
improntas de siete mentiras borboteantes… 
Todo resuena en el laberinto de la memoria, 
la realidad no basta… 
Creencias y realidad. 
¿Qué es realidad? 
Uno se come sus heridas con historias tejidas con los pies, 
ellos, los grandes sabios, Padres del Desierto, 
ausentan su mirada y secan su lengua, 
estirándola hasta que la sed los regresa, 
la mentira no se pasa sin café…    

Su canto se suspende para dar paso a cuatro danzas individuales 
que serán registradas por los trazos de caligrafía del rey, 
ayudado por su sirviente. 
Cada uno toma una esquina y permanece ahí, 
atento, silencioso, 
en escucha del que expone, 
como rara vez sucede en esta tierra.    

El Rey de La Nada toma las enormes hojas de papel que ondean al viento, 
desnudas de significado hasta ese entonces.    

Las danzas individuales se dieron al atardecer, 
provocando que la figura del danzante se reflejara en dichas mantas. 
El rey dibuja con destreza sus movimientos con su caligrafía de agua, 
la danza arrojaba un símbolo que le aportaría claridad al danzante, 
quien miraría la manta reveladora al final de su danza. 
Todas fueron bailadas y registradas. 
Al final, ondeaban al viento 4 banderas con símbolos caligráficos 
que se irían con él: 
la verdad dura sólo algunos segundos…    

Llenos de significados y respuestas, 
los Padres del Desierto se disponen a partir 
haciendo reverencias.  
Lo mejor que pueden regalar al Rey de la Nada, 
es su silencio y discreción. 
Él así lo ha entendido 
en la eternidad, todo aparece y desaparece, 
porque el brote de la existencia es cercano a la experiencia de la locura, 
ver la verdad y soportarla en un cuerpo humano es casi imposible. 
De tal manera que los Padres del Desierto mutan en bebedores de café del mercado más
humilde que se pueda imaginar.   

Sentados en medio de una serranía brumosa, 
Max y Royné, la mitad de los viejos amigos que se reúnen a tomar el café, 
comentan sus hazañas fantásticas 
con las que se han ganado el mote de Los Mentirosos.    

Max: Royné, ¿ves a la hormiga caminando sobre la campana de la ermita? 
Royné: No, Max, pero ¡Oigo sus pasos!       

Dedicado a Georges Vinaver, el verdadero Rey de la Nada 

Erika Torres
Actriz, bailarina, coreógrafa, diseñadora de vestuario e iluminación, fotógrafa escénica, docente y escritora. Ha desarrollado su trabajo en México, Costa Rica, Estados Unidos y Europa. En 2000 recibe la Medalla al Mérito Artístico otorgada por el Gobierno de Yucatán. Su trabajo aborda el estudio de la naturaleza del pensamiento caótico y su expresión en el habla, la escritura y la escena; la relación entre sonido y movimiento, simbiosis e independencia en el discurso escénico, especializada en interdisciplina. Ha dirigido más de 30 producciones coreográficas con las que ha recibido becas para estudios en el extranjero por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Relaciones Exteriores, becas nacionales otorgadas por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el Premio del Público y dos veces premiada como mejor bailarina en el Festival Internacional de Danza Contemporánea Lila López. Representó a México en el Festival Internacional de Coreógrafos de Costa Rica y en la inauguración de Les Bains Connective Art Factory de Bruselas. Sus coreografías son producciones realizadas para el Festival de Arte Contemporáneo de León, Guanajuato, el Festival Internacional Cervantino, el Festival Internacional Música y Escena, el Foro de Música Nueva Manuel Enríquez y el Festival Eduardo Mata. Es directora de teatro para cuatro producciones de las siguientes instituciones y programas: el Centro Nacional de las Artes, el Teatro de la Ciudad, el Festival Internacional Cervantino y el Programa Nacional de Teatro Escolar. En ópera, ha trabajado en dos producciones con el Estudio de Opera de Bellas Artes para el Festival Internacional Cervantino y ha sido coreógrafa de óperas del compositor mexicano Víctor Rasgado desde el 2009. Actualmente trabaja con la Compañía Nacional de Ópera desde 2019 y en producciones de ópera del Teatro del Bicentenario desde 2012.