Crítica al deterioro del patrimonio cultural en los Pueblos Mágicos, causa de una visión no inclusiva

Pueblo Mágico ce Valladolid, Yucatàn. Foto: Gonzálo Coral

Nuestro destino de viaje nunca debería ser un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas que ahí existen y suceden                                                                           

Tomado de una frase de Henry Miller

Una de las mejores maneras de aprender arquitectura es conociéndola en vivo, dándole la oportunidad de mostrarse en su contexto natural y artificial, con su clima extremo o perfecto, con sus problemas aledaños y reales de uso, de faltantes y componentes, todo inmerso en una expresión y exigencia de la sociedad, aún a pesar de los nuevos enfoques que la llevan a indagar sobre las posibles causa demográficas, sociales y políticas, económicas, ideológicas o religiosas de las expresiones artísticas que la modifican para nuevas formas y usos.

La idea de viajar al interior de cada población o comunidad para conocerle en su expresión cultural autóctona, incluyendo su arquitectura, se consideraba parte de una formación y de un aprendizaje eficiente para, posteriormente, generar propuestas acordes a las necesidades de cada lugar y coherentes para ese momento: sin embargo, hay tiempos donde las propuestas no se enfocan precisamente en solucionar problemas de esta sociedad sino en globalizar economías y culturas: se pretende vender magia, cuando la magia es efímera.

Esto generó que, a partir de una necesidad incipiente del gobierno mexicano por apoyar las economías locales de poblaciones pequeñas, de al menos 20,000 habitantes, creara en el año 2000 el programa federal de Pueblos Mágicos, destacando entre sus objetivos; resaltar el valor turístico de las localidades y que atienda a una demanda naciente de cultura, tradiciones, aventura y deporte extremo en escenarios naturales o en la simple, pero única cotidianeidad de la vida rural (Sectur; 2001).

Pueblo Mägico de Bacalar, Quintana Roo. Foto: Gonzalo Coral

Cuando alguien en estos días de descanso y vacaciones menciona la idea de viajar; buscan opciones y proponen de manera inconsciente algún Pueblo Mágico que se encuentre cercano a sus posibilidades económicas o territoriales.

Un Pueblo Mágico según (Sectur, 2014) es un pueblo que a través del tiempo y ante la modernidad, ha conservado, valorado y defendido, su herencia histórica, cultural y natural; y la manifiesta en diversas expresiones a través de su patrimonio tangible e intangible. Tiene atributos únicos, simbólicos, historias auténticas, hechos trascendentes, cotidianidad, que significa una gran oportunidad para el aprovechamiento turístico, atendiendo a las motivaciones y necesidades de los viajeros.

Acorde a la amplia variedad de patrimonio cultural que existe en todo el país, estos pueblos mágicos forman parte de los denominados destinos culturales, con una visión de hacerle competencia al turismo de playa, y ofreciendo opciones que contemplan comunidades autóctonas, poblaciones coloniales y ciudades virreinales (desde pueblos abandonados o fantasmas, hasta  históricos o con atractivos naturales) y que, efectivamente, han tenido un gran auge como destinos de “fin de semana” para el turismo nacional y extranjero, como nueva variante de viajes.

Se pretendía que este turismo cultural, al relacionarlo con la gestión del patrimonio, lograra ser autosustentable, y sea generador de ingresos para la sociedad que es depositaria de ese legado, que las poblaciones recibieran una derrama económica importante para mejorar su débil economía local

Hay tiempos donde las propuestas no se enfocan precisamente en solucionar problemas de esta sociedad sino en globalizar economías y culturas: se pretende vender magia, cuando la magia es efímera.

Gonzalo Coral
Pueblo Mágico de Izamal, Yucatán. Foto: Gonzalo Coral

Cuando los sitios turísticos de nueva creación se abren a los paseantes, como en el caso de los destinos de playa, se construye una serie de equipamiento dedicado a apuntalar a aquellos espacios enfocados a actividades de ocio; hoteles, restaurantes, bares, centros comerciales, etc., así como servicios, mobiliario e infraestructura requerida.

En el caso de los sitios y/o pueblos históricos, el equipamiento e infraestructura necesarios para atender a la industria turística también se vuelven indispensables, pero se enfrenta a la problemática de que esta actividad ha de situarse en lugares y espacios con una vida interna propia (una dinámica determinada y específica, una simple cotidianeidad). Estas sufrirán una modificación paulatina de nuevos usos y servicios llevándola a perder la esencia misma que la convirtió en esa expresión cultural y patrimonial valorada, alterando sus características y, paradójicamente, les quitarán la magia por la cual fueron incluidos en dicho programa, poniendo en riesgo el patrimonio tangible e intangible.

Los propietarios de los inmuebles en los sitios históricos encuentran que es mucho más redituable hacer el cambio de uso de suelo a sus edificios (aun cuando entren en la catalogación de patrimoniales), pasando de la vivienda – casa habitación hacia actividades más lucrativa como hoteles, hostales, restaurantes, bares, discotecas, comercios, o tiendas de conveniencia. Este tipo de comercio comienza una constante transformación, ya que las pequeñas tiendas de abarrotes tradicionales son suplantadas por las tiendas de franquicia con imagen estandarizada (de las que podemos encontrar en cualquier ciudad del país); los mercados de souvenirs  para turistas se topan con la inexistente artesanía propias del lugar; ya que ésta ha sido remplazada por artículos comerciales industrializados, según Michael Sorkin (1992) citado por Ordaz (2014) la nueva ciudad remplaza la anomalía y el encanto de los lugares (lo local) con un universal particular; es decir los recuerdos y “artesanías” que encontramos son iguales en cualquier otro sitio turístico pero con el nombre de ese pueblo mágico en ellos.

Pueblo Mágico de Valkladolid, Yucatán. Foto: Gonzalo Coral

Entre otros servicios; abren sus puertas nuevos hoteles de mejor calidad y de precios más altos, así también aparecen establecimientos de hospedaje pertenecientes a cadenas nacionales e internacionales, con la idea de generar la captación de personas con mejores recursos. Se genera una segregación de los habitantes locales frente a los turistas y una fuerte especulación urbana a manos de inmobiliarias nacionales y extranjeras, encarecen la vida y excluyen del mercado a la población local, no haciéndole partícipe de ese diseño generador de la derrama económica.

Cabe recalcar que la mayor parte de los visitantes no van con la idea de asistir a museos, ni conocen la historia o los edificios representativos, no acuden a eventos culturales, ni mucho menos conocen las costumbres y tradiciones locales; son excursionistas ajenos a la cultura y a la identidad local; que no buscan convivir con la experiencia del sitio y su contexto espacial-temporal inmediato, sino que está viajando con la idea romántica vendida por una publicidad snob; misma que los convierte en un peligro inminente para el patrimonio.

El patrimonio, es decir, aquello que se ha elegido valorar, aporta a la comunidad relaciones de conectividad y de pertenencia; donde este legado cultural se convierte así en el espacio donde, a través de un proceso de apropiación significativa y puesta en valor por parte de la comunidad, los símbolos y las representaciones permiten un diálogo entre la sociedad actual y las del pasado. El patrimonio se vuelve entonces un símbolo público de identidad colectiva. Incluyendo ser un factor de beneficio para esta sociedad, el patrimonio se considera un constructo social. Rodríguez (2014).

Pueblo Mágico de Comitán de Dominguez,, Chiapas. Foto: Gonzalo Coral

Los Pueblos Mágicos están funcionando como elementos de disuasión cultural, donde la mercancía es el sitio y todo lo que lo acompaña están sujetos a la valoración del mercado y al capital (puestos a la venta), donde la esencia del lugar, su espíritu ha sido vendido y maquillado para exhibir solo la coraza. Se destacan ahora por la transformación en su imagen urbana, con alteraciones irreversibles en su estructura urbana tradicional, con espacios elegidos para mostrar y con otros escenarios ocultos para el turista, pero visibles para el residente, todo esto con la idea (errónea), de respaldar una economía mexicana en los sectores menos favorecidos, sin una proyección del daño causado a la comunidad a partir de dichos montajes (Rodríguez, 2013).

Para este 2022 existen 132 pueblos mágicos que cuentan con la declaratoria oficial, y ante los cuales habría que preguntarse si hay mejora en los niveles de bienestar de su población, además del incremento demográfico, ya que por sus características físicas y sociales difícilmente pueden asimilar el flujo de visitantes y nuevos residentes.

Considero que la solución a muchas de estas problemáticas planteadas implica la inclusión de la propia comunidad en la toma de decisiones, ya que estas mismas conocen sus verdaderas necesidades e incluso también la forma de resolverlas.

REFERENCIAS

Secretaria de turismo (2014) Guía de incorporación y permanencia: Pueblos Mágicos. Distrito Federal: Gobierno Federal. Recuperado de: https://www.sectur.gob.mx/wp-content/uploads/2014/10/GUIA-FINAL.pdf

Equihua Elias G., Messina Fernandez S., Ramírez-Silva J. (2015) Los Pueblos Mágicos: una visión crítica sobre su impacto en el desarrollo sustentable del turismo, Revista Fuente nueva época Año 6, No. 22, agosto-octubre2015 ISSN 2007 – 0713

Rodríguez, S. (2013) Pueblos Mágicos. Tiraje cinematográfico como estrategia de estudio del montaje de escenarios a partir del imaginario turístico. Topofilia, 4(1), 832-847.

Rodríguez Espinoza C., (2014) El programa “Pueblos Mágicos” y su impacto en la conservación del Patrimonio Urbano; en Diálogos entre ciudad, medio ambiente y patrimonio.  Coord. Valladares Anguiano. Universidad de Colima. México.

Ordaz Zubia V., Salgado Gómez A., (2014) Turismo y sitios históricos, ciudad de Guanajuato, Gto. en Diálogos entre ciudad, medio ambiente y patrimonio.  Coord. Valladares Anguiano. Universidad de Colima. México

Gonzalo Coral
Arquitecto y Maestría en Arquitectura por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán. 2004 y 2010 Profesor de la Facultad de Arquitectura de la UADY de 2011 al 2017, de la Universidad Vizcaya de las América, del Centro Universitario de Valladolid (CUV) y la Universidad de Yucatán (UNY). Arquitecto responsable de los proyectos de Restauración de catorce edificios religiosos patrimoniales en el Estado de México derrumbados por el sismo de 2017. Asesor en dos proyectos sociales de vivienda en comunidades rurales sobre autoconstrucción asistida (en PLANCHAC 2015 Vivienda Popular como unidad doméstica sustentable; Medio ambiente y cultura) y Construcción de vivienda vernácula (en Tahdziú 2005). Y como Investigador asociado en el área de Seguridad en la construcción en los conjuntos de vivienda en serie del proyecto CONAVI – CONACYT clave 236282 y clave SISTPROY UADY 2015001. (2015 – 2016) Arquitecto copartícipe en la reconstrucción de viviendas destruidas por el sismo de 2017 en localidades de Chiapas, coordinando a estudiantes de Arquitectura participantes. Docente de las asignaturas de taller de materiales, Restauración, Taller de Proyectos y Teoría e historia de la arquitectura regional, Diseño Bioclimático, Así como de diversos cursos de materiales y sistemas constructivos, Técnicas de restauración y Autoconstrucción asistida de vivienda. Actualmente investigador sobre eficiencia en el uso de materiales entre los que destacan la madera, la tierra, la piedra y otros materiales naturales, así como la realización de proyectos arquitectónicos de vivienda.