Jaulas de Oropel

Hacienda San Pedro Chimay. Foto: explore.mx

Vivir en el encierro, o incorporarnos a la nueva normalidad, es la disyuntiva que nos plantea como tema central nuestra revista Lectámbulos y nuestra querida amiga Verónica García, quien atinadamente la dirige. Más allá de lo obvio, de la necesidad de la mayoría de la población de ganarse el pan y, por lo tanto, de salir a la calle con todos los riesgos que esto implica, aun siguiendo las medidas recomendadas para prevenir tantas muertes por Covid y que, finalmente es un privilegio, reservado para un pequeño grupo social, el poder quedarse en casa y recibir ahí los recursos y los alimentos necesarios, sin negar por eso que cuando el encierro es prolongado resulta angustiante. Es interesante la paradoja que esta situación implica: el encierro resultado de un privilegio y la esclavitud laboral que nos obliga a salir, lo que nos lleva a reflexionar sobre los diferentes muros físicos y sociales que nos aprisionan y con los que, sin darnos cuenta, esclavizamos a otros u otras. “Los cautiverios de las mujeres”, le llama Marcela Lagarte, que inevitablemente se articulan a los que sufren otros grupos sociales como las etnias indígenas y las clases trabajadoras. Por lo anterior, me permito compartir una anécdota que habla del encierro en libertad y de la libertad en el encierro, y de cómo lo frívolo y lo ajeno nos impide salir de nuestras jaulas.  

El sol caía y la tierra adquiría una tonalidad dorada que contrastaba con las paredes, carcomidas y deslavadas de la antigua hacienda, la más grande en toda la historia de Yucatán. Desde aquella terraza alta de pisos bandeados, encima de los viejos calabozos, sentada en una banca de madera junto a don Martiniano, podía observar la gran explanada, seca, árida, donde unos niños color miel  peleaban una pelota. Miré a lo lejos la esbelta chimenea de la antigua desfibradora de henequén y las bodegas abandonadas.

─Cuénteme, cómo era la vida en este lugar, en aquella época, cuando los patrones vivían en esta hacienda, y nunca faltaba el trabajo.

Sus ojos cansados, enmarcados en pliegues, se clavaron en mí: ─¿De verdad quiere usted saber?

Mis amigas de la secundaria festejaban su reencuentro en otra parte de la hacienda, un crisol de mujeres que habían llegado al altar enamoradas y con la persona indicada. Durante sus juventudes no les faltaron los viajes, las fiestas, los hijos y, por supuesto, una casa bien situada, pero al llegar el otoño el hastío en algunas de ellas se fue arraigando en el centro de sus existencias. Los ciclos sucesivos de sus vidas incluían a los nietos, reuniones familiares y frecuentes recorridos a las plazas de moda, pero nada que les recordará que existe la magia o nuevas pieles por descubrir. En esos momentos, usando un karaoke, cantaban tratando de imitar a Yuri.

─Mis abuelos y mi madre nacieron aquí, vivieron toda su vida en aquella pequeña casa, la que se encuentra al fondo del patio de la hacienda. Se sufría. ¿Ve usted esas bodegas? Junto a ellas hay un cuartito, todavía conserva las cadenas y la viga de la cual colgaban amarrados de los nudillos de las manos a los peones que no lograban cumplir con su faena─ me mostró en las suyas, morenas y callosas, el punto exacto.

 ─Dolía mucho─ exclamó.

Mientras tanto, aquellas cantaban: “ya me cansé, de que no me acaricies ni con la mirada… de ser en tu cama una tercera almohada, de ver que el futuro se va haciendo flaco, de saber que la vida no es más que un rato y sentirme mujer porque lavo los platos…”

─Se trabajaba todos los días, hombres, mujeres, niños, de sol a sol, de cuatro de la madrugada a diez de la noche, de lunes a domingo.

Escuché claramente: “detrás de mi ventana, veo pasar la mañana en la espera de la noche…”

─Pero bueno, ¿se casaban no? ¿Cómo eran las ceremonias y las fiestas?

─¿Casamientos, ceremonias, fiestas? Nada de eso, el patrón llamaba al hombre y le decía; con esta vivirás, aquí tienes, y le entregaba a la nueva pareja un pequeño baúl con algunas mudas de ropa.

El viento acercaba las voces de mis amigas: “…ya me cansé de ser para ti como cualquier camisa…  de ser un objeto más en tu casa, como un trapo, una silla, una simple taza”.

Dígame, ¿es verdad que a las mujeres, en ocasiones, las obligaban a pasar la noche con el patrón?

En sus parpados entrecerrados y en sus pupilas enrojecidas, adiviné un sentimiento diferente a la tristeza.

─Sí señora, así era.

Recordé la sensación: “…me destapó el escote para que provoque, tu fallida ansiedad”.

 ─¿No ponían resistencia?

─Algunas, y como castigo las rapaban, después las hincaban sobre piedras, por horas, de cara al sol.

Sentí la humillación, el orgullo molido, el dolor, mientras seguía el canto de aquellas: “detrás de mi ventana veo pasar el destino, disfrazado de asesino…”

─¿Por qué no se rebelaron?

─Por miedo, en esa época había mucho miedo, también ignorancia, ¿ve esa casona de la esquina? Era la tienda de raya, ahí apuntaban las deudas, los trabajadores no sabían leer ni escribir, era fácil engañarlos. Además, les pagaban con licor una parte de su trabajo.

No pude evitarlo, me uní a ellas y grité en silencio: “De tras de mi ventana, se me va la vida, contigo, pero sola”.

Rato después, un alegre grupo recorría la hacienda. Pudimos observar en la cocina a un joven con facciones mayas mientras explicaba a un par de turistas italianos, mientras apuntaba el trinchador, que en esa hermosa vajilla escorada le habían servido una cena a la mismísima emperatriz Carlota durante su estancia en Yucatán.

Georgina Rosado Rosado es egresada de la Universidad Autónoma de Yucatán, de la licenciatura de Ciencias Antropológicas (UADY), tiene una maestría en Antropología Social en “El Colegió de Michoacán”. Profesora Investigadora de la UADY durante 33 años, donde realizó diversas investigaciones sobre la mujer y las relaciones de género, la cultura maya, la violencia y discriminación entre los jóvenes, entre otras temáticas. Pionera en la aplicación de la perspectiva de género en la docencia y en la investigación en Yucatán. Autora y coordinadora de diversos libros sobre los temas mencionados, así como de artículos científicos y de divulgación en revistas nacionales e internacionales. Durante la gestión de gobierno 2007-2012, fue directora general del Instituto para la Equidad de Género del gobierno de Yucatán (IEGY). Integrante del Sistema Nacional para la Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de Violencia y del Sistema Nacional de Igualdad entre Mujeres y Hombres. (2007-20012). Siendo directora del IEGY desarrollo un programa editorial gracias al cual se editaron la Revista “Alas de Mariposas” y cincuenta libros de diversos autores y autoras entre ellos “La Siempreviva”, emblemático del Bicentenario del gobierno del estado. La maestra Georgina Rosado es autora de publicaciones muy relevantes destacando entre estas: 1) Mujer maya: Siglos tejiendo una identidad. 2) Amazonas: Mujeres líderes de la Costa Yucateca, 3) Género y poder entre los mayas rebeldes de Yucatán, 4) Violencia y discriminación de género entre jóvenes de educación media superior en Yucatán. 5) Mujeres en tierras mayas: Nuevas Miradas, 6) Deshaciendo Nudos y 7) Las Hijas de Eva. Las semillas de una revolución. Articulista del Por Esto! del 2000 a la fecha. Colaboradora de la sección Unicornio donde participa en la difusión y desarrollo del periodismo cultural y científico.