Antes del invierno
Desperté cuando la luz de la tarde se doraba como la piel de una manzana; la cala, hinchada por el aire cálido y la humedad residual de los temporales. Abrí la ventana al perfume de salitre, yo que había olvidado lo que sabía del mar, su licuefacción serena de los tumores, los sargazos que difunden luz cuando se pudren, los peces que en los meses fríos nadan fuera de sus órbitas y regresan al lugar donde nacieron. Caminabas por el puerto de abrigo cuando te encontré, tenías un vestido rojo, nuevo para respirar la luz solar y alejar a las gaviotas. Supiste hacerte ver sobre el muelle, bajo tus palabras como listones de tormenta. Así viniste para aconsejarme. Me dijiste que el depredador llegaría con la cosecha, ocultándose del metal y de la luz en recovecos, palabras que se olvidan, frases gastadas por el ocio junto al fuego, en la idea −renuente como la rodilla de un muerto− de que las jornadas a contrapelo traen desgracias. Me dijiste: “No vuelvas tuyas las verdades de los desamparados”. Me dijiste que el depredador volvería con pasos firmes por el aire, que le diéramos de comer un pan envenenado. Y en la tierra, entre esas rocas que se mezclan con la arcilla, hallaría el reposo de las raíces de árboles que han muerto. Entonces sembraremos campos de repollo, zanahoria, coágulos de acelga, guías de melón a la puerta del cementerio. Para las liebres y las palomas. II Baila, baila, baila dentro de tu cráneo, sobre las dunas de arena cuando amanece, sobre las uvas rojas, turgentes como gotas de tormenta. Baila con los relámpagos sobre la tierra gorda del cementerio. Baila hasta que tus ancestros despierten, sacudan las varas de los flamboyanes junto contigo, desgranen las hojas de la ceiba. Hasta que pongan azúcar en las jícaras de atole, sal en la harina y veneno con clavo en el pan para los depredadores, vinagre y sal cuando quieran entrar por las ventanas. Al monte, a mis ancestros, yo les daré un arbusto de Nochebuena, un girasol, sandías dulces y fuertes como tambores. Para que salgan de la tierra donde alimentan bulbos y ríos subterráneos, velan los cimientos de las casas, queman raíces de árboles muertos. Para que abran las puertas cuyas bisagras no se oyen, las revienten como a vainas secas llenas de semillas. |
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