Poesía Nadia Escalante

Antes del invierno


Desperté cuando la luz de la tarde se doraba como la piel de una manzana;
la cala, hinchada por el aire cálido y la humedad residual de los temporales.

Abrí la ventana al perfume de salitre, yo que había olvidado lo que sabía del mar,
su licuefacción serena de los tumores, los sargazos que difunden luz cuando se pudren,
los peces que en los meses fríos nadan fuera de sus órbitas y regresan al lugar donde nacieron.  

Caminabas por el puerto de abrigo cuando te encontré,
tenías un vestido rojo, nuevo para respirar la luz solar
y alejar a las gaviotas. Supiste hacerte ver
sobre el muelle, bajo tus palabras como listones de tormenta.
Así viniste para aconsejarme.

Me dijiste que el depredador llegaría con la cosecha, ocultándose del metal y de la luz
en recovecos, palabras que se olvidan, frases gastadas por el ocio
junto al fuego, en la idea −renuente como la rodilla de un muerto−
de que las jornadas a contrapelo traen desgracias.
Me dijiste: “No vuelvas tuyas las verdades de los desamparados”.

Me dijiste que el depredador volvería con pasos firmes por el aire,
que le diéramos de comer un pan envenenado.
Y en la tierra, entre esas rocas que se mezclan con la arcilla,
hallaría el reposo de las raíces de árboles que han muerto.

Entonces sembraremos
campos de repollo, zanahoria, coágulos de acelga, guías de melón
a la puerta del cementerio. Para las liebres y las palomas.


II

Baila, baila, baila dentro de tu cráneo,
sobre las dunas de arena cuando amanece, sobre las uvas rojas,
turgentes como gotas de tormenta. Baila
con los relámpagos sobre la tierra gorda del cementerio.
Baila hasta que tus ancestros despierten, sacudan las varas de los flamboyanes
junto contigo, desgranen las hojas de la ceiba. Hasta que pongan azúcar
en las jícaras de atole, sal en la harina y veneno con clavo
en el pan para los depredadores, vinagre y sal
cuando quieran entrar por las ventanas.

Al monte, a mis ancestros, yo les daré un arbusto de Nochebuena,
un girasol, sandías dulces y fuertes como tambores.
Para que salgan de la tierra donde alimentan bulbos y ríos subterráneos,
velan los cimientos de las casas, queman raíces de árboles muertos.
Para que abran las puertas cuyas bisagras no se oyen,
las revienten como a vainas secas llenas de semillas.      
Es una escritora mexicana nacida en Mérida, Yucatán. Estudió la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana y la maestría en Cultura y Literatura contemporáneas de Hispanoamérica en la Universidad Modelo. Ha publicado los libros de poesía Adentro no se abre el silencio (FETA, col. La Ceibita, 2010), Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo (Textofilia, 2014) y Sopa de tortuga falsa (Montea, 2019). Poemas suyos han sido traducidos al inglés y al alemán. Ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Actualmente es profesora en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes.