¡Solavaya! al 2020 que despedimos

Según los diccionarios, “solavaya” es una expresión cubana de repudio a la mala suerte, una invocación de rechazo a la desgracia.

Tal es la palabra que viene a la mente de la mayoría de los habitantes de la isla caribeña para calificar al año que despedimos.

Otros cubanos rechazarían tal calificación, argumentando que el 2020 ha dejado también muchos hechos meritorios en nuestro quehacer como pueblo que superan los efectos de los descalabros que de él hemos sufrido.

Por supuesto que males como las acciones de Donald Trump contra el pueblo estadounidense, la humanidad y la naturaleza; la pandemia de la COVID-19 que nos ha azotado despiadadamente a todos los seres que convivimos en este planeta; varios huracanes y tormentas tropicales devastadores con saldos mortales de gran magnitud; los golpes de Estado y las reiteradas amenazas de bloqueos, sanciones y otras acciones agresivas del régimen de Estados Unidos contra los gobiernos democráticos del continente y del mundo en general, marcan puntos a favor de los que remarcan el saldo extremadamente maligno durante el año que recién concluye, como parte del balance global de lo que nos han dejado la naturaleza y los gobiernos del área.

Pero tampoco faltarán argumentos sólidos en los discursos de quienes razonan lo contrario. El hecho de que en la última etapa del año se haya puesto fin a la etapa “Trump” del imperialismo norteamericano puede ser una fundamentación muy sólida para quienes vean en la caída de este sátrapa un alivio, un respiro o al menos un acontecimiento de alta significación positiva para el hemisferio y cada uno de sus países por separado, atribuible al 2020.

Indudablemente, los pueblos de las naciones políticamente más avanzadas del continente en términos de la defensa de su independencia, se están sintiendo encantados con la derrota electoral de Trump, e igualmente así le puede estar pasando a todos los líderes de las demás naciones del área, cansados como seguramente deben estar por las humillaciones constantes a que han sido sometidos tantas veces por el ególatra, demagogo y mentiroso inquilino de la Casa Blanca.

Con Trump pudieran haber visto llenarse la copa de los despotismos imperiales. Es peculiar el estilo dictatorial de ejercer una supremacía que todos parecen reconocerle a su conducción como capataz del patio trasero del imperio, que ha ejercido “como por un mandato divino” el gobierno de Estados Unidos desde principios del pasado siglo.

El escandaloso espectáculo de malacrianza infantil que está escenificando Donald Trump —al frente de un abochornado equipo de aprovechados del partido republicano— no ha hecho más que aumentar el desprestigio del sistema electoral estadounidense. ¿Con qué moral podrá Estados Unidos defender en el futuro el papel de paradigma democrático de su sistema comicial?  

El sistema electoral bipartidista estadounidense estaba ya suficientemente desprestigiado y tras las denuncias intercambiadas por las partes en la puja actual por la presidencia no queda nada más que alegar a sus detractores.

No hay nada nuevo en las afirmaciones que se han hecho de que han habido irregularidades en el conteo de los votos a fin de favorecer a Biden o a Trump. Cualquiera sabe que en toda confrontación electoral estadounidense lo que decide es el dinero. Es siempre una confrontación entre bandoleros.

No caben condicionamientos éticos, ni patrióticos, ni pruritos de honestidad. Esas son conductas que no están llamadas a decidir los debates en el capitalismo. En el capitalismo todo vale, rige la ley del más rico y nadie duda que fueron esas leyes del capital las llamadas a condicionar los resultados. Fueron reglas del juego diseñadas hace decenas de años que se han ido ajustando dentro del principio original fiel a que siempre resulte triunfador el más pícaro dentro de las reglas que fija el gran capital.

Trump, no caben dudas, debe llevar meses preparando con sus decenas de abogados y tahúres las trampas y trucos capaces de garantizarle la reelección. En la esquina contraria seguramente hicieron lo mismo a favor de Biden. Unos y otros gastaron millones de dólares en la habilidosa preparación de sus trampas y mentiras capaces de neutralizar las trampas y mentiras de la esquina opuesta.

A una buena parte de la población estadounidense que pueda haberse mantenido al margen de la comedia, solo le preocupa las huellas irreparables que puedan haber dejado esta ficción en esta nación que parece tan dividida en lo interno y al mismo tiempo tan  aislada del resto del mundo. Conforta observar que cuando gritemos ¡solavaya! al año que concluye, podremos dar también nuestros ¡parabienes! a un buen número de pueblos del continente que han obtenido en 2020 importantes victorias en sus luchas por la defensa de sus derechos soberanos como Venezuela, México, Argentina, Chile, Perú, Colombia y varios del Caribe, entre otros de la región.

Manuel Yepe Menéndez (La Habana 1936), desde 1954 fue combatiente insurreccional en La Habana como integrante de las Brigadas Juveniles de 26 de Julio en la Universidad de La Habana. Trabajó en la reproducción y distribución del alegato de defensa de Fidel Castro "La historia me absolverá". En 1958 dirigió la revista clandestina del M-26-7 ACCIÓN, que se editaba semanalmente en La Habana y se identificaba como Órgano de la Juventud Cubana. Es Licenciado en Derecho, en Dirección de la Economía y en Ciencias Sociales. Se ha desempeñó como Director de Protocolo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Embajador de Cuba en Rumanía. Fue Director General de agencia de noticias Prensa Latina; vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT); director del periódico Guerrillero de Pinar del Río, y Director Nacional (fundador en Cuba) del proyecto TIPS del PNUD. Desde 2000 hasta la actualidad es miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz. Fue comentarista de temas internacionales de los diarios POR ESTO! (2008-junio 2020). Agosto 2020