Yo suelo pensar en el castigo que sucede al gozo. En la consecuencia de haberlo pasado bien. Porque el placer es un delito. Algo que he robado. Que he vivido sin permiso.

El teatro en Alejandría se vive apasionadamente. Y no es un lugar común en la cursilería lo que busco al decir esto. Apasionadamente.

Me obsesioné con trasladar esa idea a un cuerpo en movimiento. Un cuerpo que convulsiona y engaña al ojo en un ritual espasmódico. Un cuerpo dispuesto a desaparecer en cualquier momento...

Se me escapa de las manos el discurso, se derrama, se evapora. He de obviar la coherencia, mirarla de soslayo, si pretendo tocar el hueso.

Pablo y yo no nos veíamos desde que se decretó el estado de alarma el año pasado. La última vez fue en su piso, reunidos para producir un cortometraje. Nos despedimos esa noche sin saber que seríamos presos de nuestras respectivas viviendas, situadas en los extremos opuestos de Madrid.

En nuestra intimidad nadie nos juzga. Nadie excepto nosotros mismos. En Porn is on tocamos un tema poco abarcado en lo que al porno se refiere: el rechazo inmediato por el producto consumido una vez que se obtiene el orgasmo.